domingo, 12 de diciembre de 2010

Simmel, modernidad y moda (parte II)



La vida moderna y la ciudad, generan las condiciones y las posibilidades para el surgimiento de la moda. El acrecentamiento de la vida nerviosa que ocurre al individuo en la vida metropolitana que se origina por la constante estimulación y por la ininterrumpida invasión de imágenes exteriores que se le presentan, la velocidad con la cual los estímulos se suceden, la rapidez con la que los cambios se generan en la época de la reproductibilidad técnica, se confunden en un fenómeno no menos invasivo, no menos violento en su producción continua de objetos nunca aprensibles en su totalidad. “Cuanto más nerviosa es una época, tanto más velozmente cambian sus modas ya que uno de sus sostenes esenciales, la sed de excitantes siempre nuevos, marcha mano a mano con la depresión de las energías nerviosas” (Ibíd. pp 150-151) . El ritmo con que suceden las modas y la moda como búsqueda desenfrenada de la novedad, se enlazan con la vida urbana con su “infiel vertiginosidad en el cambio de impresiones y circunstancias: la nivelación y, simultáneamente, la acentuación de las individualidades; la condensación de las personas en poco espacio, que hace forzosa cierta reserva y distancia”(Ibíd. pp. 170).

“Pertenece, pues, al tipo de fenómenos cuya intención es extenderse ilimitadamente”(Ibíd. pp. 153) pero en el mismo movimiento expansivo, la moda encuentra su limite. Esto es lo que Simmel llama: tragedia de la moda. Que la moda en su movimiento de expansión se masifique o que en su pretensión total se universalice. Tragedia o bien paradoja, porque al cumplir este propósito moriría en su fundamento. Si todos van a la moda: nadie va a la moda, ya que faltaría el reclamo de identidad de un nosotros ante un los otros. No existiría esa alteridad que por la que nos reconocemos como partes de un grupo cuya membresía se refleja en el vestir. Como en la lucha a muerte por la identidad el amo la recibe del esclavo, con la autoafirmación identitaria en la lucha por la distinción es que la encontramos y la simbolizamos en el vestir.

La moda es la modernidad en su tiempo más vertiginoso. No puede surgir sino en la época de la perdida certezas, de la retirada de dios. Donde lo efímero es ley la moda encuentra su ritmo, gobierna según su designo y extiende su lógica a todos los ámbitos de la existencia. La vida moderna y su temporalidad impaciente nos seducen con su capacidad técnica para la producción de objetos, absorbiendo la vida subjetiva. El tiempo que nos implica en una cadena de medios infinita, donde cada fin es medio para otro, conduce una reducción del mundo sujetivo en la búsqueda del equilibrio por cada nueva expansión del mundo objetivo.

* Foto: Prada O-I 2011

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