domingo, 15 de noviembre de 2009

El cuerpo secuestrado, el cuerpo prisionero: vestido usurpador, vestido calabozo

No sé cómo ni cuando ocurrió, no sé si fue un golpe planeado o un movimiento espontáneo. Lo cierto es que el vestido ya no viste al cuerpo. La prenda tomó por asalto al cuerpo, lo tomó por prisionero, lo ha secuestrado. El vestido ahora se siente cuerpo, es el protagonista, es el cuerpo. La ropa, no sé cómo ni porqué, ha sustituido al cuerpo. La ropa es la forma por la que nos hacemos cuerpo en el objeto. Como dicta la teoría crítica, sentimos nuestros objetos como una extensión del ‘yo’. Pero en este caso la relación es mucho más íntima, porque el objeto dejó de ser una sucursal exterior del cuerpo para ser el cuerpo mismo.

La prenda ya no adorna el cuerpo, pretende serlo y lo es con todo éxito. El vestido es el cuerpo, pero no cualquier cuerpo: es el cuerpo que se puede mostrar. Con la prenda mostramos el cuerpo que queremos mostrar y el que podemos elegir. Sería ese cuerpo en que conviven el individuo y la sociedad. Más allá todavía: es el cuerpo que nos hace felices. La ropa es nuestro cuerpo, que más nos gusta ver. Está usurpación llegó a tal punto que la desnudez la vivimos como el despojo. La desnudez es la ausencia de cuerpo, desnudos nos falta algo, sentimos un vacío que solo la prenda puede llenar.
El vestido es cuerpo, el vestido es identidad, el vestido es status, el vestido es diferencia, la marca es pertenecer. La desnudez es la vergüenza, es el despojo, es la ausencia de cuerpo: de cuerpo social, ese cuerpo que nos hace parte de algo mayor. La ropa no solo es el cuerpo individual, la marca hace del vestido el cuerpo colectivo y el vestido lleva la marca “sociedad”.

El secuestro del cuerpo llegó a un estado simbiótico. No hay cuerpo sin vestido, y el vestido tiene la energía y la fuerza de dar vida, incluso al maniquí. Pero el cuerpo desnudo es la soledad, lo que sucede en el aislamiento y a veces en el más frío de los retiros.

Pero hay algo más detrás de este cuerpo impuesto que un cuerpo secuestrado: hay un cuerpo prisionero. Su cárcel la elegimos en las tiendas, la elegimos bien bonita, la elegimos bien de onda, incluso decimos que ese calabozo es el que mejor nos representa. Basta con repetir algo que dice Marcuse en el hombre unidimensional, que la posibilidad de elegir nuestros amos, no suprime la existencia de amos y esclavos. En este caso sería algo así como la libre elección de prisiones no elimina la existencia de prisiones y prisioneros. Una imagen que puede ayudar a ver como efectivamente hay un cuerpo prisionero, es la del cuerpo desnudo representando la libertad. Cuántas veces la libertad es representada con la figura humana al natural atravesando verdes campos y paisajes?

Llegamos al mundo desnudos y nos despedimos de el vestidos, no es ésa toda una señal? Ni en el descanso eterno nos ‘liberamos’ de ese cuerpo impuesto, de ese ‘otro’ cuerpo.

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