domingo, 25 de enero de 2009

La moda no cree en cuentos ni espera príncipes azulados

La moda no es inocente ni es frívola y si es desalmada, no lo es justamente por torpe o inconsciente. La moda, no espera a ninguna príncipe... Es más bien esa persona (quizás mujer) independiente, inteligente, manipuladora, hábil en su oratoria y seductora en sus movimientos, que se lleva al mundo por delante y demuestra que los idiotas son los que creen que ella es idiota, y les termina doblando el brazo, dejándolos a su merced.

La moda no vive alejada de la realidad. Los que piensan que la moda es el refugio frívolo de la realidad y se mueven en ella pensando que están abstraídos de todo: error! En sus elecciones de moda, y sus guardarropas, reproducen la clase a la que pertenecen y remarcan las diferencias que los distinguen de los otros. El hecho es que a los fines comerciales es preferible tener clientes que se piensen irresponsables, que crean que pueden darse “licencias” en su responsabilidad que para otras elecciones, no tienen.

Ejemplo I: elegir presidente es muy estresante e implica una claridad mental y un análisis riguroso de las propuestas, equipos y perfiles de cada candidato. Hacer una salida de “shopping” político es una irresponsabilidad sumamente condenable e irrespetuosa de quienes se esforzaron por crear un país libre y democrático. Por respeto a quienes dieron la vida porque podamos elegir, debemos hacerlo con responsabilidad y de forma critica.
Ejemplo II: elegir novia/o es muy estresante! Aunque nadie lo admita y quizás porque es más inconsciente que otra cosa, buscamos al/la más linda/o, inteligente y rico/a. No está mal pensar que queremos una descendencia “mejorada” en términos genéticos y socio económicos. Esta elección vaya si es estresante!
Ejemplo III: elegir el colegio de los chicos implica un análisis riguroso del mercado educativo, un error implicaría que el futuro quede en manos de ignorantes o chicos condenados al fracaso: hay que ser responsable en la elección y eso es estresante.

Después de las muchas elecciones que hay en la vida, que nos cargan de responsabilidades, que nos angustian y estresan, la moda, hábilmente desarrolló un discurso que se basa en que la elección es un oasis de responsabilidad. Seria algo así como “se irresponsable, comprá lo que quieras que acá se puede, no dañas a nadie, sentís que tu irresponsabilidad no daña, sos libre de equivocarte y no pasa nada!”. Un discurso tan seductor no puede más que estar condenado al éxito inexorable. Quien no busca no sentir el peso de la responsabilidad? Quien no ha dicho alguna vez “quisiera volver a ser adolescente, cuando no tenía responsabilidades y si hacía lío lo resolvía mi papá”?

La moda y el shopping nos permiten volver a ser niños por un rato, nos “sacan” de la vida con carga de responsabilidad y permiten hacernos olvidar los problemas. Por este lado hace bien: hace personas por un rato felices y les hace creer que están fuera de la rueda y la vorágine que gobierna la sociedad. Es como un placebo de la vida social.
Por eso es que las mujeres estresadas salen de shopping: porque pueden ser irresponsables, ser felices en la irresponsabilidad y la moda es un lugar donde se permite eso. Pero no se permite de la nada o porque los diseñadores o las grandes corporaciones que manejan la moda son tontos!

La moda pudo desarrollar ese discurso porque la situación de clase y el gusto moldeado por nuestra situación de clase determina un tipo de consumo que adquirimos, al punto de naturalizarlo, desde que entramos a este mundo gobernado por el mercado. Nosotros antes de ir a comprar sabemos que vamos a comprar pero lo que termina de guiarnos a reproducir nuestra situación de clase es quien nos vende mejor lo que ya somos.

Por otro lado y remontándonos a tiempos un poco más lejanos, una de las bondades que profesaba la modernidad naciente hacia fin del siglo XVIII, era movilidad de clases (ascendente) tan ansiada por la burguesía, que en su poder económico era tan poderosa como la aristocracia pero en cuanto a privilegios no gozaba de los que la sangre azul les daba a aquellos.

La vestimenta siempre fue un signo de distinción social, no desde la modernidad, ni el antiguo régimen: desde el origen de la vida! Sabiendo esto no es raro pensar que los guerreros de sociedades prehistóricas se distinguieran portando las pieles de determinados animales, o que nuestros ejecutivos de grandes corporaciones multinacionales se distingan usando trajes Zegna. El punto es que el signo de distinción o pertenencia a un cierto grupo, combinado con la posibilidad de movilidad ascendente de clase que brinda la modernidad, se retraduce en que aquellos que no tengan un reflejo naturalizado al consumo de ciertos artículos, puedan adquirirlo, buscando así, el reconocimiento subjetivo y la mutua identificación con aquellos que, en acto, forman parte del grupo.

El ser reconocido como miembro convierte a una persona en miembro. Con lo cual hoy más que nunca, la moda es un camino para materializar u objetivar las ansias de movilidad social. La moda cristaliza parte de la membresía a la clase que una persona es aspirante. La moda es uno de los factores visibles, externos u objetivos que habilita formar parte de la clase a la que se aspira: supone haber aprendido a consumir.
Claro está que la movilidad social no solo es usar un traje o un par de zapatos sino que supera todos los otros aspectos de la vida. El formar parte de una clase no solo significa haber aprendido a consumir como esa clase. El hecho que me interesa remarcar es que la moda no es ese “allá fuera” aislado de las contradicciones de la propia vida, la moda y la movilidad social implican una batalla a muerte contra lo que somos y lo que queremos ser. La moda nos ayuda a pertenecer, nos da membresía, pero guarda: la moda es condición necesaria para ascender pero no suficiente como para pertenecer.

Fede

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