lunes, 28 de diciembre de 2009

Nuestro espiritu inquieto viste a la moda!

Folk, urbano, sofisticado, romántico, naif, étnico, clásico, glam, retro, gipsy, boheme... son algunas de las variantes que existen dentro de las propuestas de estos últimos tiempos. Es interesante como según la época del año se activan unos y otros se congelan hasta nuevo aviso. Pero unos y otros se van superponiendo.

Lo llamativo es como proliferan, cada vez más, los adjetivos para identificar los diferentes estilos. Tengamos en cuenta que las gradaciones dentro de cada estilo son muy variables: limites difusos los separan, cuando no se enlazan, también con matices que los mantienen autónomos e identificables.

A su vez, algunos se agotan por su superexplotación y al requerir la continuación del termino se agrega el prefijo “new”, ej: new romantic....

No deja de asombrarme como el abanico de categorías para clasificar nuestro cuerpo-vestido crece a medida que la vida misma se multiplica en nuestras opciones cotidianas. Digo, cada vez estamos más involucrados en el abanico de actividades que nos rodea. El mundo nos muestra que estamos hechos un poco de todo y si bien por un se tiende a la hiper-especialización (claro ejemplo es la medicina donde los especialistas dejan su vida para descubrir que pasa al interior de un órgano, tejido o célula y así hasta llegar al componente mínimo), el hombre romántico resiste con éxito.

Me llama mucho la atención que este fenómeno (que muchos llaman ‘democratización de la moda’) nos sorprenda justo cuando la ‘clase social’, en la construcción de la identidad, ha dejado de ser monopólica ( incluso parece sorteable).

Las estructuras partidarias parecen representar poco de los intereses individuales. Lejos de responder a nuestras preocupaciones buscan retener sus focos de poder y su vetusto aparto burocrático. Así, las organizaciones de la sociedad civil y no gubernamentales, vienen a saciar esa necesidad de múltiples preocupaciones. Medio ambiente, igualdad de derechos para todas las etnias, razas, religiones e identidades sexuales, problemáticas territoriales, sin contar que la preocupación por el cuerpo nos empuja a yoga, running, box, origami, canto, etc...

El vestido-cuerpo refleja esa multi-actividad, la absorbe, la hace suya. Hoy podemos hacer de nuestro vestido algo y mañana identificarnos con otra cosa, pero todas ellas nos atraviesan y constituyen. Todo parece responder a una necesidad espontánea de un espíritu inquieto que tiene en el vestido su cuerpo. La efervescencia del vestido-cuerpo es tal que parece reflejar lo versátil de las identidades múltiples. Donde lo efímero es la ley, el placer está en lo inestable, pero de todos modos completo.

El vestido cambia como cambian las crisis, cada vez más recurrentes y volubles. No obstante es genial como somos todo ese complejo de actividad. Complejo pues no somos simplemente la suma de cada cosa que nos identifica. Somos esa instancia superior que abraza cada parte, que por sí sola es muy parcial. Podríamos pararnos frente a nuestro guardarropa y dudar si hay muchos ‘yo’ en el, pero si tomamos distancia y logramos reconocer ese espíritu en constante búsqueda de satisfacción, caemos a cuenta que todo eso suma 1, suma ‘yo’.

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