jueves, 10 de diciembre de 2009

"Ponerse los pantalones": guerra a la falda y vicotria masculina

La moda y la historia se entrelazan, se buscan y encuentran, pelean y reconcilian, pero siempre dejan su impresión sobre el cuerpo. Las coyunturas políticas marcan a fuego el cuerpo, su manejo y posibilidades.

Hay un hecho histórico muy importante que a dejado su marca para todas las generaciones (las que lo vivieron y las que lo estudiamos): la segunda guerra mundial. Conocida como la guerra más dura y triste del siglo que pasó, el mayor genocidio de la historia, para algunos, aunque para otros siquiera parece haber existido (en su palabra pues sus cuerpos también sienten su peso, en su memoria, en su mirada y en su destino).
Ya forma parte de nuestro bagaje de imágenes colectivas, la del llamado a la producción a las mujeres durante la guerra. Bajo el slogan “we can do it” eran empujadas a tomar los puestos de trabajo que los hombres abandonaban por el fusil, en una economía que requería esa fuerza de trabajo. El capitalismo industrial no se podía dar el lujo de nutrir las filas de los ejércitos militares desmantelando el suyo propio.

A todo esto el cuerpo-vestido de la mujer, así como estaba, no se adaptaba a las necesidades de la producción industrial. Había que modificarlo para que la combinación mujer-industria pudiera funcionar. La falda no era el cuerpo-vestido que pudiera funcionar en la producción fordista.

La falda, dentro de la matriz de dominación androcéntrica, tiene la función demostrar (silenciosamente) el lugar de sumisión de la mujer. Limita, sin prohibir, los movimientos. Hace preciso movimientos sutiles, impide directamente ciertos movimientos (como sentarse con las piernas abiertas o correr), condiciona el modo de agacharse para no abrir las piernas, etc. De este modo y desde el vestido, se refuerza la imagen delicada, sutil y sumisa que se tiene de la mujer dentro de nuestra matriz de dominación.

Con esto, no parece extraño que, al tener que ocupar otro lugar dentro del modo de producción, el cuerpo debiera ser considerado en otros términos. La mujer debería pasar del ámbito de la reproducción al de la producción, del espacio privado al publico. Así, en 1939 el modisto McCall diseña los primeros pantalones para mujer. No es casual que a partir de la necesidad de cubrir puestos de trabajo se modifique el cuerpo de la mujer. Ahora los movimientos están menos condicionados. Pero los permisos que se dan al cuerpo femenino, en virtud de una necesidad histórico-política, no modifica su lugar de dominada dentro de la matriz androcéntrica.

Las mujeres cambiaron de la cintura para abajo. En cierto punto debían parecerse a los hombres. Debían ocupar el lugar que ellos dejaban, debían ocupar el lugar que esos cuerpos masculinos dejaban. No es que se crearon nuevos espacios para introducir el cuerpo de la mujer. Se tuvo que adaptar el cuerpo de la mujer al espacio que dejaban los cuerpos de los hombres. Por eso el “we can do it”. El “ponerse los pantalones” no es nada inocente. Es una frase cargada históricamente, ideologizada. A falta de hombres, las mujeres deben serlos. Esto es exagerado pero es así. A falta de hombres jamás se pensó un orden femenino sino en adaptar los cuerpos femeninos a un mundo masculino! Jamás se pensó adaptar el espacio público o de la producción al cuerpo de la mujer. Esos cuerpos sumisos y dominados debían encajar en el ámbito vacante.

El llamado a “ponerse los pantalones” fue la forma en que se instruyó a la mujer a mantener la dominación androcéntrica. Luego, cuando el hombre volvió a reclamar lo suyo se encontró con mujeres que pretendían luchar por ese lugar. Esto, erróneamente fue interpretado por las feministas como la posibilidad de inaugurar una nueva era de dominación. Lejos de eso, al haber moldeado sus cuerpos en virtud de los espacios públicos de los hombres, pretendían ser hombres con vagina, o peor: sin pene. El “ponerse los pantalones” no era fundar la dominación ginecéntrica, si no ser los hombres en la dominación androcéntrica.


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